Setenta y tres años de ilusiones mortales
La continua y sangrienta conflagración israelí-palestina ofrece otro amargo recordatorio de que no hay escapatoria de una trágica realidad que ambos han creado y moldeado. Esta es una realidad llena de odio, venganza y veneno, ya que ambas Partes no lograron reconciliar setenta y tres años de enemistad a pesar de la inevitabilidad de la convivencia. Deben elegir entre la paz, la seguridad y el progreso, o aferrarse a su ilusión de que pueden deshacerse del otro, sólo para descubrir el peso del precio, el sufrimiento y el dolor incalculables que soportarán. Es hora de finalmente enfrentar la verdad, ya que las sangrientas hostilidades actuales ofrecerán sólo otro preludio para otras por venir. Miles y miles de israelíes y palestinos morirán sin sentido y sin más razón que la decadencia moral y las ilusiones de sus líderes.
El cese del fuego negociado debe servir no sólo para evitar más destrucción y muerte, sino para crear una atmósfera para la reanudación de las conversaciones de paz, a las que ambas Partes deben comprometerse –y hacerlo ahora–, para buscar un acuerdo de paz basado en una solución de dos Estados. De lo contrario, la conflagración actual sólo ampliará el círculo vicioso de violencia desenfrenada, contaminando aún más las heridas supurantes que han sufrido varias generaciones. Ambas Partes fallaron en corregir sus errores, aferrándose a falsedades y una realidad alternativa mientras los pueblos terminaron pagando el precio.
Los líderes de la derecha israelí han presentado con éxito a los palestinos como enemigos irredimibles, de los que hay que sospechar, castigar y contener, ya que presumiblemente suponen un peligro existencial. Lavan el cerebro a los judíos-israelíes para que crean que sólo las políticas de derecha ofrecen seguridad, prosperidad y crecimiento eternos y sofocarían cualquier resistencia palestina o amenazas de terror. En lugar de buscar el fin de las hostilidades actuales y restablecer la calma, casi todos los líderes de esta plétora de partidos políticos han abogado por contra–ataques más contundentes para infligir tantos daños y pérdidas de vidas humanas entre los palestinos. Quieren demostrar su valentía, no sea que se les acuse de ser blandos con el terror, si no es que traidores, pero en realidad son cobardes por no reunir el coraje necesario y atreverse a decir la verdad.
Durante la última década, ningún Partido israelí, especialmente Netanyahu y su Likud, ha presentado a la opinión pública el conflicto israelí-palestino en serio, pretendiendo que no hay un problema palestino. La ocupación se convirtió en una suerte de estado normal de las cosas, y los israelíes se resignaron a una situación de ni guerra y ni paz como la mejor solución adecuada para evitar que los palestinos establecieran un Estado propio.
Reprimir a los palestinos y hacerles la vida miserable fue el lema tácito detrás de una campaña maliciosa para obligar a tantos palestinos a irse para saciar su deseo voraz de apoderarse de la tierra palestina. Los desalojos forzosos, las redadas nocturnas, el encarcelamiento ilegal, el desarraigo de árboles y la demolición de casas se convirtieron en rutinas comunes, mientras explotaban la resistencia palestina para justificar su intolerante política, sin saber que debían coexistir con las mismas personas que detestan, desprecian, rechazan y denuncian.
A los líderes palestinos, moderados o extremistas, no les va mejor. Traicionaron a su pueblo, induciéndolos a creer que el día de la liberación estaba cerca. Prometieron el derecho al retorno, sabiendo que nunca se hará realidad utilizando a los refugiados como rehenes para servir sus intereses y su hambre de poder. Plagado de división, la feroz rivalidad y la corrupción se convirtieron en el sello distintivo del liderazgo palestino. En lugar de construir una nación de la que puedan enorgullecerse, desperdician todas las oportunidades para hacer la paz y poner fin a la difícil situación que cada vez más debilita a su pueblo.
Envenenan a su respectiva audiencia con crueles falsedades, vinculando su salvación con la destrucción de Israel. Setenta y tres años después, los refugiados continúan languideciendo en campamentos despreciables mientras Israel se convierte en una potencia con influencia global. Hasta el día de hoy, Hamás, la Yihad Islámica y similares continúan predicando el evangelio de la inminente destrucción de Israel, cuando su propia ruina depende de los caprichos de Israel.
Desafío a todos los palestinos a que me muestren en qué circunstancias se materializará el derecho al retorno, cuando el re-asentamiento y/o la compensación ofrecen la única solución. Desafío a todos los israelíes a que me muestren cómo Israel puede obligar a los palestinos a abandonar su derecho a hacer de Jerusalén Oriental la capital de su futuro Estado. Desafío a todos los palestinos a que me muestren cómo pueden obligar a Israel a renunciar a la mayoría de los asentamientos en Cisjordania. Desafío a todos los israelíes a que me muestren cómo pueden mantener la ocupación indefinidamente sin violencia interminable y levantamientos desastrosos.
Desafío a todos los israelíes y palestinos a que me muestren si hay una salida a la coexistencia. La dispersión de las poblaciones israelí y palestina en Cisjordania, Jerusalén e Israel propiamente dicha no es una elección, sino un hecho inquebrantable. Deben cooperar y colaborar, y vivir en armonía, seguridad y paz, o seguir matándose unos a otros, sin dejar ganadores sino perdedores. La desesperanza, la desesperación y la próxima conflagración sangrienta los aguardarán a la vuelta de la esquina.
Es hora de que EEUU advierta a ambas Partes que este conflicto endémico debe llegar a su fin. El Presidente Biden debe aprovechar la tragedia que se desarrolla y buscar un gran avance donde sus predecesores han fracasado. Debe comenzar con un proceso de reconciliación por un período de tiempo determinado con el objetivo de alcanzar una paz duradera. Arabia Saudita debe alistarse para atraer a Israel con la normalización y alentarlo a poner fin a la ocupación. Al mismo tiempo, los sauditas deben persuadir a los palestinos de que su aspiración por un Estado depende de que abandonen el uso de la fuerza.
La solución está a la vista de todos, siempre que ambas partes negocien de buena fe. La mediación de EEUU y Arabia Saudita será esencial hasta que ambas Partes alcancen una solución equitativa. Es un llamado que debe hacer el Presidente Biden, obligando a israelíes y palestinos a despertar a la única realidad y no privar a otra generación de vivir en paz, lo cual trágicamente ha sido un sueño elusivo para las tres generaciones anteriores.